LA AGENDA DIVINA
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo con un propósito específico. Le dio la capacidad de administrar y gobernar el planeta. Pasaron los siglos, los milenios, y como consecuencia del pecado, el hombre perdió esa autoridad que Dios puso sobre él. Hoy en día los roles se han invertido, al punto tal que el mundo gobierna al hombre. Las obligaciones del día a día, las rutinas, y los compromisos personales, consumen la mayor parte de la agenda de la humanidad, desviándola de su propósito divino.
Un día, el hijo de Dios vino a salvar todo aquello que se había perdido. Pagó el precio más alto, entregó su vida para redimir a la creación entera. Cristo venció al mundo y gracias a su sacrificio el verdadero orden de todas las cosas fue restaurado. La Iglesia de Dios fue investida con poder de lo alto para deshacer todas las obras del infierno.
“Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33) NTV
En el libro de Lucas capítulo 19 versículos 28 al 44, leemos acerca de la entrada triunfal de Jesús a la ciudad de Jerusalén. Era el tiempo de la visitación de Dios a esa ciudad. En la agenda divina de Dios, ese día específico estaba marcado para que lo extraordinario sucediera. El Mesías, el Salvador del mundo estaba entrando a cumplir su propósito, pero sólo la multitud que lo rodeaba celebraba su ingreso. El resto de la ciudad continuaba con sus tareas cotidianas.
El Rey de reyes hizo su ingreso a la ciudad montado en un burro. No lo hizo sobre un caballo, sino humildemente sobre un animal de carga. Jesús estaba cumpliendo su misión, conocía perfectamente su origen y su destino. En los días posteriores a su entrada a Jerusalén, el Mesías sería crucificado y llevaría sobre sí mismo el peso del pecado de toda la humanidad.
“Al acercarse a Jerusalén, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó a llorar, diciendo: «¡Cómo quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos, entendieras el camino de la paz! Pero ahora es demasiado tarde, y la paz está oculta a tus ojos.” (Lucas 19:41) NTV
¡Era el tiempo de la visitación de Dios a esa ciudad! El Mesías, el Hijo de Dios, aquel de quien habían hablado los profetas siglos atrás, finalmente estaba entrando a la ciudad. Las escrituras se estaban cumpliendo en ese momento, la profecía en carne y hueso estaba entrando a Jerusalén y sólo una parte de la ciudad reconoció lo que estaba sucediendo.
Jesús lloró al ver la ciudad. Lo hizo porque lamentablemente no entendían el tiempo que estaban viviendo. Se estaban perdiendo la visitación del Salvador el mundo, el Hijo de Dios, el Rey de reyes que estaban esperando. La consecuencia de no reconocer el tiempo de la visitación fue fatal y Jesús lo sabía, por eso lloró. Pasaron los años, y el imperio romano destruyó por completo la ciudad, el templo y sus habitantes. Tal como había sido profetizado, no quedó piedra sobre piedra. La nación de Israel dejó de existir, y los judíos se vieron obligados a huir a otras naciones. Tuvieron que pasar mil novecientos cuarenta y ocho años luego de la muerte y resurrección de Cristo para que el Estado de Israel vuelva a ser formado, y los judíos puedan conformar nuevamente una nación con territorio propio.
Amada iglesia, hay un tiempo específico en la agenda de Dios. Hoy Jesús quiere visitar tu casa, tu trabajo, tu vida y tu familia. Cuando el Rey de reyes entra, nada queda igual. Jesús visita tu vida para que los propósitos que fueron diseñados antes de tu nacimiento se lleven a cabo y puedas crecer en poder, amor, salud, bienestar y abundancia. No te pierdas el tiempo de la visitación divina. Prepara tu corazón, prepara tu casa, Jesús quiere entrar.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20) RVR 1960