EL PODER DE LAS LÁGRIMAS

Las lágrimas son la máxima expresión de nuestros sentimientos. Con ellas expresamos lo que no podemos decir con palabras. Sin embargo, para la gente de fe las lágrimas son vehículos de poder para desatar la manifestación divina en nuestras vidas.
En una oportunidad, Jesús se encuentra con una mujer en una procesión fúnebre. Estaban llevando a sepultar el cuerpo de su único hijo. La Biblia nos cuenta que Jesús vio el corazón de la mujer y se compadeció de su sufrimiento, le dijo: “no llores” (Lucas 7:13).

“Luego se acercó al ataúd y lo tocó y los que cargaban el ataúd se detuvieron. «Joven —dijo Jesús—, te digo, levántate». ¡Entonces el joven muerto se incorporó y comenzó a hablar! Y Jesús lo regresó a su madre.” (Lucas 7:14-15) NTV

Este mensaje de Dios es para tu vida: mujer, varón, no llores más. Jesús tiene control sobre toda situación, nada se escapa de su dominio. Aquel que venció a la muerte, puede revertir cualquier situación contraria en tu vida. Eres muy importante para El.
Dios tiene contadas cada una de tus lágrimas. A Dios no se le escapa nada. No sólo las tiene contadas, sino que también las tiene guardadas en un frasco especial. Además, ha registrado cada una de ellas, las tiene anotadas en su libro.

“Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.” (Salmo 56:8) NTV

Hay dos tipos de lágrimas:
  • Aquellas que vienen como consecuencia del dolor, de la angustia, la pérdida, la derrota y el fracaso.
  • Lágrimas que son fruto del gozo, de la felicidad, de la victoria y del amor
Hoy en día, el mundo enfrenta un gran dolor como consecuencia de la pandemia. Gran cantidad de argentinos está pasando necesidades, o tienen a algún familiar, algún amigo o conocido, que ha fallecido como consecuencia de este virus. Quiero que sepas que lo que a vos te está pasando, a Dios le importa. Tus lágrimas no son algo que Dios pase por alto.
Dios tiene registrada cada una de tus lágrimas. El quiere cambiar tu lamento en gozo. Así como hizo con la viuda que estaba a punto de enterrar a su único hijo. Dios quiere transformar tus lágrimas de dolor, en lágrimas de victoria, en lágrimas de poder, de amor y felicidad.
La Biblia abunda en relatos en los que Dios interviene en favor de sus hijos, dándonos muestra que su amor eterno por nosotros es prioridad en el orden de la creación. Uno muy conocido es la historia del rey David y su ejército de valientes.

“Cuando David y sus hombres llegaron, encontraron que la ciudad había sido quemada, y que sus esposas, hijos e hijas habían sido llevados cautivos. David y los que estaban con él se pusieron a llorar y a gritar hasta quedarse sin fuerzas.” (1 Samuel 30:3-4) NVI

Esto es increíble, un rey valiente, un conquistador, alguien que no le temía a nada, es sorprendido por el enemigo con una gran calamidad: muerte, robo, destrucción, secuestros. Los amalecitas no dejaron absolutamente nada. Fue tal el dolor que sintieron, que estos guerreros valientes, hombres de renombre, lloraron hasta que no tuvieron más fuerzas en su interior.

Hay lágrimas que desatan el poder de Dios en la Tierra. Son las que se derraman en Su presencia. Estas lágrimas van acompañadas de fe en El y en Su poder ilimitado. Cuando eso sucede, Dios mismo toma nuestras cargas y El pelea nuestras batallas.

David y sus hombres estaban devastados, ya no tenían más fuerzas para llorar. En medio de la angustia, Dios respondió la oración de David.

“Y el Señor le dijo: —Sí, persíguelos. Recuperarás todo lo que te han quitado.” (1 Samuel 30:8) NTV

En medio de la urgencia del problema, David se detuvo para ayudar a alguien en el camino. Era un esclavo egipcio que los amalecitas habían dejado tirado en el campo para que muriera. Resultó que el egipcio, tenía la respuesta que David estaba necesitando para encontrar al enemigo. Sin saberlo, David ayudó a aquel que lo iba a ayudar a el. Tenía motivos de sobra para seguir de largo, pero David se detuvo.

A veces la respuesta a nuestros problemas aparece cuando ayudamos a otros. Cuando nos convertimos en el milagro que alguien más está necesitando, Dios intercede en favor nuestro y desata el milagro que esperamos. No importa cuál sea la urgencia de tu problema, siempre que esté dentro de tu posibilidad ayudar a otro, hazlo.

“Así que David recuperó todo lo que los amalecitas habían tomado y rescató a sus dos esposas. No faltaba nada: fuera grande o pequeño, hijo o hija, ni ninguna otra cosa que se habían llevado. David regresó con todo.” (1 Samuel 30:18-19) NTV

No hay nada que Dios no pueda hacer por uno de sus hijos. Ninguna lágrima vertida en la presencia de Dios ha sido en vano. El tiene cuenta de cada una de ellas, y en Sus manos se convierten en un instrumento poderoso para desatar el milagro que tu vida está necesitando.
Jesús vivió en carne propia la injusticia de este mundo. En el Jardín del Getsemaní, horas antes de ser crucificado, se apartó para orar y derramó sus lágrimas delante de Dios. Jesús derramó lágrimas de poder, para desatar el milagro más grande ocurrido en la historia de la humanidad. Tomó nuestro lugar y en un solo día venció al diablo, al pecado, a la muerte y se sentó a la diestra del Padre, ¡triunfante y victorioso! Ese día Jesús entregó su vida para perdonar todos nuestros pecados, restauró nuestra comunión con Dios y nos regaló vida eterna.
Quiero orar por tu vida:
Padre amado, yo bendigo a todos los que están leyendo este mensaje. Bendícelos con fe y esperanza. Bendícelos con nuevas fuerzas. Que en este día todos ellos puedan comprender que ninguna de sus lágrimas ha caído en vano, todas ellas han sido contadas, guardadas y registradas en tu libro. En tus manos, esas lágrimas son un instrumento poderoso para liberar tu poder sobrenatural en favor nuestro aquí en la Tierra.
Declaro que la victoria que vendrá a tu vida, será mayor que todo lo que has perdido. Dios convierte tus lágrimas de dolor y de derrota en lágrimas de poder, de amor, de felicidad y de victoria.
Todo esto te lo pido en el poderoso nombre de Jesús, Amén y Amén.
¡Dios te bendiga!
Pr. Omar Olier